lunes, 7 de marzo de 2016

BINARISMO DE GENERO Y NORMATIVIDAD

La noción de binarismo de género hace referencia a la idea naturalizada de las categorías dicotómicas, mutuamente excluyentes, biologicistas y complementarias de varón–mujer, basada en una estandarización de las características anatómicas, donde “mujer” emerge como el término subordinado.

Esta clasificación binaria del sexo y del género atraviesa a la sociedad y es un modo primario de entendimiento y organización del mundo. Sin embargo, los cromosomas, las hormonas, las gónadas, las estructuras sexuales internas y externas presentan una diversidad mucho mayor de lo que se cree.

“En términos biológicos el sexo es una forma de reproducción que consiste en el intercambio de genes que corresponde en un 50 por ciento de la hembra y 50 por ciento del macho.

Sin embargo, en la naturaleza las cosas no son tan simples y se presentan variabilidades de sexo. 

Para comprender la complejidad de la sexualidad humana, hay que mencionar que las/los especialistas distinguen una serie de variabilidades de sexo tanto a nivel de los cromosomas, de las gónadas, del ambiente hormonal fetal, del aparato reproductivo interno, de la apariencia de los genitales externos, de las hormonas de la pubertad, de las características anatómicas y de la identidad sexual”.

Dada esta variabilidad corporal, al momento del nacimiento se seleccionan determinados atributos físicos y estéticos – privilegiando la observación de los genitales– para asignar uno de los dos sexos reconocidos socialmente.

Es en este sentido que se habla de “asignación de sexo”. El sexo, entonces, no es algo que viene dado como un dato de la naturaleza o propiedad esencial de los cuerpos, sino que es también una categoría cultural, en base a ciertos parámetros instituidos socialmente.

En cierta medida, los cuerpos se vuelven inteligibles y cobran significado a partir de ser interpelados y clasificados por los ideales culturales. 

A partir de este mecanismo, instituciones y prácticas sociales comienzan a operar para ratificar la correspondencia y coherencia del sexo asignado con las expresiones sociales de masculinidad y femineidad.

Desnaturalizar las ideas de inmutabilidad y permanencia biológica respecto de los cuerpos permite abordar la artificialidad de los sexos normales, en función de la artificialidad propia de la imposición de la ordenación binaria.

El concepto de género viene a dar cuenta de la construcción cultural e histórica de las esferas sociales de “lo femenino” y “lo masculino”: se trata de una articulación de la corporalidad y la sexualidad en la que, para su distinción, se clasifican roles, atributos y significados sociales.

Esta clasificación está atravesada por escalas de valor de cada sociedad y se basa en una interpretación social de la corporalidad biológica en donde lo masculino se ha valorado positivamente y en relación de superioridad con respecto a lo femenino.

Así se desenmascara el género, no como una adscripción estática, sino como un sistema de relaciones sociales y simbólicas desiguales en el que varones y mujeres son situados de manera diferente, atravesados por relaciones de apropiación/expropiación y dominación/subordinación.

De esta forma, las representaciones, valoraciones y normas adjudicadas a lo “femenino” y lo “masculino”, constituyen modos de significar relaciones de poder y estructurar relaciones sociales, así como la subjetividad individual.

En este sentido, podríamos mencionar una teórica feminista muy conocida que expresa: 

“La ideología de la diferencia sexual opera en nuestra cultura como una censura, en la medida en que oculta la oposición que existe en el plano social entre los hombres y las mujeres poniendo a la naturaleza como su causa. Masculino/femenino, macho/hembra son categorías que sirven para disimular el hecho de que las diferencias sociales implican siempre un orden económico, político e ideológico”.

Este orden binario se encuentra entrelazado a la heteronormatividad, como régimen social, político y económico que presenta a la heterosexualidad como natural y necesaria para el funcionamiento de la sociedad y como el único modelo válido de relación sexo-afectiva y de parentesco.

Este régimen se sostiene y reproduce a partir de instituciones que legitiman y privilegian la heterosexualidad en conjunción con variados mecanismos sociales que incluyen la invisibilización, exclusión y/o persecución de todas las manifestaciones que no se adecuen a él. Podríamos afirmar entonces que los ideales de masculinidad y feminidad han sido configurados como presuntamente heterosexuales, por eso se refiere a un modo de subjetivación compulsiva en el marco de esta norma.

Lo cual podríamos afirmar que, desde la matriz heterosexual se organizan las identidades y se distribuyen los cuerpos, en donde se les otorga un significado específico. Y esta matriz es una matriz de inteligibilidad social, que presupone la estabilidad del sexo binario y depende de la alineación entre sexo, género, deseo y práctica sexual.

El concepto de heterosexualidad obligatoria trae al espacio de la política la dimensión del deseo y engrosa los desarrollos teóricos que afirman que el ámbito de la sexualidad es absolutamente público y objeto de operaciones específicas de poder que la producen normativamente.

Existen muchos autores y autoras que se refieren a la idea de un “contrato heterosexual”, en referencia al clásico “contrato social”, para aludir a que el mandato de la heterosexualidad sirve de fundamento para las normas culturales y las instituciones sociales, a la vez que atraviesa a los/as sujetos/as.

En este sentido, “En efecto, la sociedad heterosexual está fundada sobre la necesidad del otro/a/diferente en todos los niveles. No puede funcionar sin este concepto ni económica, ni simbólica, ni lingüística ni políticamente.

Porque la sociedad heterosexual no es la sociedad que oprime solamente a las lesbianas y a los gays, oprime a muchos/as otros/as/diferentes, oprime a todas las mujeres y a numerosas categorías de hombres, a todos/as los que están en la situación de dominados. Porque constituir una diferencia y controlarla es un acto de poder”.

Tal como se señaló al inicio, hay que remarcar que las categorías, nociones y valoraciones en torno a la sexualidad son un terreno constante de batalla y redefinición.


En la medida en que se profundiza la de-construcción de los modelos únicos, que jerarquizan moral y políticamente las sexualidades, se avanza hacia una democratización de las sexualidades, que prioriza “la forma en que se tratan quienes participan en la relación amorosa, por el nivel de consideración mutua, por la presencia o ausencia de coerción y por la cantidad y calidad de placeres que aporta”, por encima de quiénes son sus integrantes.

No hay comentarios:

Publicar un comentario