Las personas y los grupos sociales no
se caracterizan por la homogeneidad y la uniformidad, sino por la diversidad.
Las personas son diferentes, también en la dimensión de la sexualidad.
“La sexualidad es un aspecto central
del ser humano a lo largo de la vida y abarca al sexo, género, identidades y
roles, orientación sexual, erotismo, placer, intimidad y reproducción.
La sexualidad se experimenta y expresa
en pensamientos, fantasías, deseos, creencias, actitudes, valores,
comportamientos, prácticas, roles y relaciones.
Mientras que la sexualidad puede
incluir todas estas dimensiones, no todas ellas se experimentan o expresan. La
sexualidad se ve influida por la interacción de factores biológicos,
psicológicos, sociales, económicos, políticos, culturales, éticos, legales,
históricos, religiosos y espirituales”.
En esta parte, se entiende a la
diversidad sexual como la pluralidad de prácticas y manifestaciones
emocionales, afectivas y sexuales en una cultura dada; contempla las distintas
formas de expresar el afecto, el cariño o el deseo sexual, ya sea hacia
personas del mismo género, de distinto género o ambos.
Comprende un conjunto amplio de
conformaciones, percepciones, prácticas y subjetividades distintas asociadas a
la sexualidad, en todas sus dimensiones.
Al hablar de diversidad sexual, se
reconoce que sexualidades, géneros y cuerpos no son realidades meramente
biológicas y estáticas, sino que varían en función de la historia y de la
sociedad.
Desde esta perspectiva, se entiende la
multiplicidad de la sexualidad humana y la diversidad de formas que puede
asumir. A su vez, esto implica reconocer el carácter histórico y cultural de
los modos en que concebimos la sexualidad, las categorías según las cuales se
clasifica lo sexual, y las prácticas y relaciones que se configuran a partir de
ello.
A partir de esta variabilidad de
significados y nociones que giran en torno a la dimensión de la sexualidad, es
que es posible entenderla como un campo de acción política, atravesado por relaciones
de poder que inciden en las normas, las relaciones, las prácticas, las
clasificaciones y las posibilidades de libertad y/o de ejercicio de derechos.
Así, “pensar la sexualidad como
experiencia socio-histórica implica poner en consideración la correlación
dentro de una cultura entre los campos de saber que se inauguran al respecto,
los tipos de normatividad que se establecen, las prácticas eróticas y amatorias
que se visibilizan y las formas de subjetividad que se construyen”.
En este sentido, se considera que la
sexualidad es también producto de regulaciones socio-políticas y jurídicas que
establecen normatividades, clasificaciones y jerarquías y, fundamentalmente,
producen formas institucionalizadas de sexualidad:
“Igual que el género, la sexualidad es
política. Está organizada en sistemas de poder que alientan y recompensan a
algunos individuos y actividades, mientras que castigan y suprimen a otros y
otras”.
Es por esto que, si bien se comprende
que la diversidad sexual y afectiva abarca una multiplicidad de prácticas,
relaciones y formas de expresión y que se manifiesta de modo singular en cada
persona, desde una dimensión política se usa el concepto para hacer referencia
a aquellas sexualidades no hegemónicas, invisibilizadas y estigmatizadas.
La antropóloga afirma: “La variedad es
una propiedad fundamental de toda forma de vida, desde los organismos
biológicos más simples hasta las formaciones sociales humanas más complejas y,
sin embargo, se supone que la sexualidad debe adaptarse a un modelo único”.
El sistema jerárquico de las
sexualidades está basado, en las sociedades occidentales modernas, en el
binarismo de género y en la heterosexualidad como régimen político.
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